Buena carta

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El viejo dicho popular “no me ayude tanto compadre” expresa gráficamente la situación que se produce cuando, por exceso de iniciativa, alguien perjudica la causa que intenta beneficiar. Escribo estas líneas con el temor de caer en esa falta, pero no puedo evitar celebrar la carta que cuatro economistas de oposición escribieron para apoyar el proyecto que introduce mayores grados de flexibilidad a las relaciones laborales.

Probablemente por el trauma que significó el colapso de nuestra democracia en el siglo pasado, es que después vivimos una transición en la cual se valoraron los acuerdos, se cuidó el clima político y el debate público se enmarcó dentro de ciertos consensos económicos y sociales. Así fue como tuvimos las tres décadas de mayor progreso y estabilidad en nuestra historia republicana; pero cerrado ese ciclo, con el ingreso del Partido Comunista a la Nueva Mayoría, así como con la retórica y las propuestas de buena parte del programa de la Presidenta Bachelet en su segundo período, hemos retrocedido hacia un ambiente de creciente polarización entre los actores políticos.

Los dirigentes del Frente Amplio, desde la seguridad que les brinda la democracia que cómodamente heredaron y la prosperidad que les ha provisto el modelo de desarrollo del que con afectada indignación moral reniegan, denuncian el diálogo, menosprecian las instituciones representativas y se erigen permanentemente en una suerte de catones que, junto al PC, han arrastrado a la oposición a una estéril actitud obstruccionista. El debate político se ha llenado así de adjetivos grandilocuentes y de consignas, generándose un ambiente hostil a cualquier entendimiento; se han vuelto a individualizar categorías sociales a las que se demoniza, como los “súper ricos” o los “poderosos”; el liderazgo público, en cualquiera de sus formas, se ha reducido al sistemático, y por ende odioso, oficio de denunciar.

Por todo esto es que se requiere lucidez intelectual y valor moral, para estar dispuestos a apoyar públicamente una iniciativa del adversario, sustrayéndose del ambiente inquisidor que descalifica y aísla a quienes se atreven a cometer semejante herejía. Pero en el liderazgo que han mostrado estos economistas se encuentra el único camino posible para rescatarnos de la descalificación vociferante que crece aceleradamente y que ha contaminado a nuestras instituciones, llevándolas a abandonar su rol natural, que es el de encauzar los conflictos y demandas sociales, proveyéndonos de respuestas dotadas de racionalidad y eficacia.

Si alguno de los cuatro economistas lee estas líneas, probablemente y con razón pensará: “no me ayude tanto compadre”. Pero no pude evitarlo; es demasiado valiosa su carta.(La Tercera)

Gonzalo Cordero

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