¡Ay, Bachelet!, yo me pregunto…-Patricia Politzer

¡Ay, Bachelet!, yo me pregunto…-Patricia Politzer

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Cuesta entender la sordera de la Presidenta Bachelet. Basta leer y escuchar a los analistas y a los principales líderes políticos para saber qué tiene que hacer en esta crisis política, que moros y cristianos califican como la más grave desde el retorno a la democracia. Su falta de liderazgo, dicen estos señores, es más que evidente. Yo me pregunto, por qué no los escucha de una vez por todas y retoma su liderazgo. Si le han dicho hasta el cansancio cuáles son los pasos a seguir.

En primer lugar, levantar un patíbulo en la plaza de la Constitución y allí darle azotes a su hijo Sebastián para que a todo el mundo le quede claro de una vez por todas que no está de acuerdo con lo que él hizo: un negocio especulativo, un crédito millonario que sólo él podía conseguir, y no sabemos si la justicia encontrará algún otro pecado.

En segundo lugar, llamar a un gran acuerdo nacional, sentando a la mesa desde la UDI hasta el PC (¡eso sí sería liderazgo!), para establecer ante la ciudadanía que hubo muchos que se portaron mal, pero que por el bien de las instituciones es mejor que no se individualice quiénes fueron ni cuán mal se portaron. La responsabilidad es de la clase política toda, y ya está. Además, el acuerdo debe incluir las bases del futuro y, por lo tanto, los legisladores se pondrán a trabajar de inmediato, desempolvando todos aquellos proyectos y mociones que alguna vez alguno tuvo el descaro o la torpeza de plantear para separar el dinero de la política o poner límite a la reelección. Bueno, un límite no muy estrecho ni una separación de los empresarios que sea tan amplia que termine haciendo que los políticos olviden la importancia de los grandes negocios para el desarrollo del país.

Tercero, decidir cuanto antes un cambio de gabinete, llamando al Gobierno a los que saben de política (porque no hay que olvidar que la crisis es política), esos próceres que saben arreglar las cosas, que junto con mandar a los militares de vuelta a sus cuarteles, supieron entenderse con la derecha y el empresariado para que el país avanzara como nunca antes. Por cierto, eran otros tiempos y tuvieron que aceptar muchos acuerdos que hoy parecen impropios y hasta descabellados, pero eran otros tiempos… lo relevante es que tienen experiencia y saben cómo se hace la política.

Cuarto, leerles la cartilla a jueces y fiscales. Una cosa es haber establecido los juicios orales y públicos para que la justicia se hiciera de cara al pueblo, y otra muy distinta es poner en televisión –en vivo y en directo– a quienes hacen trampa con los impuestos o con los gastos electorales. Eso es poner en juego todo lo que ha ganado el país, incluso se pueden llegar a debilitar instituciones relevantes como los partidos políticos, el Parlamento, los empresarios.

Quinto, revisar su programa de Gobierno y ponerles el freno a algunas de sus promesas como, por ejemplo, la reforma laboral y el estudio de una nueva Constitución. Eso, sin duda, apaciguaría los ánimos en la elite, ya que, en medio de tanto escándalo, no parece conveniente crispar más los ánimos con reformas constitucionales y normas laborales como las que se aplican en los países de la OECD.

¡Ay Bachelet!, yo me pregunto qué diría entonces ese gran club de Tobi compuesto por analistas y dirigentes políticos que copan nuestros medios de comunicación. No está claro si aplaudirían su recuperación de liderazgo o –como lo vienen haciendo desde el 2006– confirmarían su tesis: Michelle Bachelet tiene historia, carisma y sonrisa, pero de liderazgo ni hablar.

También me pregunto qué pasaría si continuara por el camino que parece haber tomado.

Mantener a su gabinete, que hasta ahora surge como un equipo honesto (lo que no es menor en estos tiempos), pero los empodera para que pierdan el miedo a lo que viene y trabajen a toda máquina en lo que a cada cual le corresponde. Seguir al margen del pantano de un acuerdo con rumbo desconocido, promovido por personas que –en mayor o menor medida– hicieron caso omiso de las leyes vigentes, dañando a las instituciones, la democracia y el país a través de actos corruptos en beneficio propio. Insistir en que la justicia es igual para todos, para su hijo, para los empresarios que defraudan al fisco, para quienes manipulan las votaciones legislativas a favor de sus negocios, para los parlamentarios elegidos con una sobredosis de dinero.

Que nadie se enriqueció, que todo fue para las campañas electorales, que era la única manera de estar en política, son explicaciones pobres e impresentables.

¡Ay, Presidenta!, me pregunto si la recuperación de su popularidad –atributo inherente al liderazgo– no irá más bien por el lado de escuchar la rabia y la frustración de los chilenos sin cargos ni poder. La indignación de los que quieren que los corruptos paguen de verdad sus culpas, que tengamos leyes y normas sin vacíos para obligar realmente a la elite dirigente y a los representantes elegidos por el pueblo a comportarse de manera ética y priorizar el bien común. La ansiedad de quienes la increpan en sus salidas a terreno porque aún creen que usted puede, el desaliento de los que la eligieron confiando en que haría las reformas para que Chile sea un país más justo.

Yo me pregunto si la Presidenta podrá resistirse a los seductores cantos de sirena, que tienen la solución en la mano. Curiosamente, son voces mayoritariamente masculinas, voces que representan a aquellos que –hace una década– perdieron poder ante una mujer Presidenta, y no han logrado entender lo que ella representa ni la forma cómo opera su liderazgo. ¡Ay, Bachelet! (El Mostrador)

 

 

 

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