¿Aprobar para rechazar?

¿Aprobar para rechazar?

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Unos “aprueban para reformar”, otros “rechazan para reformar”. Y se dice que los primeros aprueban así para no rechazar (aunque, en el fondo de su conciencia, rechazan). Por lo tanto, los que en verdad estarían rechazando hoy son mayoría, tan contundente como el 78% del Apruebo del plebiscito de entrada. Pero ese Rechazo transversal quedará invisibilizado en el resultado, porque los “rechacistas” encubiertos prefieren disfrazarse de “apruebistas”. Apruebistas con bien poco entusiasmo, apruebistas resignados.

El país en el fondo, en su mayoría, ya parece haber asumido que esta no es una buena Constitución (la que se nos está presentando), pero, para muchos, cruzar el Rubicón y votar Rechazo supera toda posibilidad de su resistencia psíquica, y han encontrado una solución que puede sonar “cantinflesca”: la de aprobar ahora para empezar a reformar inmediatamente después de haber aprobado. Cantinflesca y riesgosa. Entre las cosas que quieren reformar está el sistema político, el “motor” de cualquier Constitución. Comprar el auto sabiendo que el motor está malo. ¿Es razonable eso? La palabra “apruebo” empieza así a convertirse en una palabra vacía, una “flatus vocis” a la que se aferran todos los que sienten que estar cerca de la derecha es como estar cerca de la peste o la lepra, y que decir “rechazo” sería “infestarse”. ¿Vale la pena distanciarse lo más posible de la demonizada derecha, aun a costa de aprobar una mala Constitución del país?

La presión de la “tribu” es asfixiante, pues nuestra libertad (que es lo más sagrado que tenemos como individuos) puede quedar atrapada dentro de la cárcel de gruesos barrotes de las lealtades mal entendidas. Muchas veces el destino de los países y las comunidades se juega más en el territorio de lo irracional que en el de la razón. ¿Por la razón o la fuerza? No: por la razón o la tribu. El que ose cruzar la línea de la duda y votar lo mismo que el “enemigo” va a ser motejado de “oveja negra”, de traidor, de hereje. La tribu no perdona. En estos lares, en política, somos mucho más primitivos de lo que declaramos ser. ¡Pobres los libres de espíritu, los que no siguen a su manada! Para ellos la funa, el ostracismo, la cesantía permanente. No hay embajadas, subsecretarías ni seremías para ellos. Por eso, en este plebiscito, muchos, muchísimos, votarán “para callado”. En el plebiscito de entrada les tocó a los disidentes de la derecha pasar por este trance al osar declarar públicamente su “apruebo”. Ahora les toca el turno, en este plebiscito, a los disidentes de la centroizquierda que voten rechazo. Ellos corren el peligro de ser enviados a la hoguera. Porque el proceso constituyente ha sido investido de un aura de sacralidad y su texto final parece más el Corán de los pueblos que un texto constitucional.

Qué claustrofóbicas son las opciones binarias: si hubiese habido una tercera opción en la papeleta, otro sería el escenario y no existiría esta tensión dramática que nos llevará nuevamente a la eterna y en cierto sentido artificial división de la que no podemos salir desde hace décadas. Estamos atrapados, somos prisioneros del eterno retorno de lo mismo. Los lobos con los lobos, las ovejas con las ovejas, aunque todos sabemos que hay ovejas que en el fondo son lobos y lobos que son ovejas. Pero hay muchos que no quieren (porque no les conviene) que se rompa este guion. ¿Cuándo los montescos y los capuletos podrán abrazarse sin problemas, cuándo se acabará el país binario que nos arrastra como peso muerto al pasado y nos impide avanzar hacia el futuro, cuándo las fronteras de las tribus se harán más porosas, para que nuestros hijos y nietos rompan con la posta nefasta que ahora hace decir a muchos: “apruebo para esconder mi rechazo”, para que nadie vaya a pensar que me convertí en “otro”? ¿Puede ser sana tanta cobardía y poca honestidad, vale la pena seguir escondidos en el clóset, como niños asustados que no quieren decir de verdad lo que piensan? (El Mercurio)

Cristián Warnken