Antiliderazgo populista- Patricio Quilhot Palma

Antiliderazgo populista- Patricio Quilhot Palma

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En estos días de desconcierto político, escuchamos a un prominente precandidato a La Moneda decir una de las frases más populistas que se haya oído: “gobernar no es tomar decisiones, es escuchar a la gente”…

Esta expresión desafortunada nos ratifica el desastre que afecta a la clase dirigente de nuestro Chile, en todos los sectores y tendencias. Quien emitió esta aseveración probablemente cree firmemente en ella, sin siquiera haberse detenido a pensar en su significado. ¿Qué suena bien? Sí, pero… ¿Qué eso sea lo que la democracia requiere y espera de sus autoridades? ¡Por supuesto que no!. Cuando la sociedad en su conjunto concurre a las urnas, no es para dialogar con un payaso que la escucha. Los ciudadanos vamos entregar nuestro voto a quien ꟷentre varios candidatosꟷ ofrece las mejores ideas de solución a los problemas que nos retardan o impiden el acceso a una vida mejor. Clave resulta para su selección, el grado de confianza que nos inspire, es decir la capacidad y voluntad que el candidato declare poseer para llevar adelante su propuesta. Eso es lo que en nuestro idioma significa la expresión “GOBERNAR”, tal como lo señala la Real Academia de la Lengua, al definirla como: “mandar con autoridad, guiar y dirigir, conducir, etc.” Si aplicamos el curioso significado dado por el precandidato, entenderíamos que el capitán de un barco debería preguntar a sus pasajeros o tripulantes hacia dónde dirigir la nave o cuándo atracar o fondear. Es justamente la antítesis de lo que se espera de un líder, elegido para dirigir los destinos de la sociedad hacia el mejor puerto y por la mejor ruta posible. Al intentar comprender a este curtido dirigente, solo cabe reflexionar acerca de la mediocridad que cruza nuestra dirigencia política, donde el ejercicio del populismo ha llegado a niveles inaceptables. Ello se ve reflejado ꟷentre otras áreasꟷ en el temor visceral de muchos a ejercer la autoridad que se les ha delegado, tal como se observa en la Araucanía y en cada manifestación subversiva e impune, con las que nos defraudan cada día. Pasamos de un gobierno populista de izquierda a otro de derecha y así sucesivamente, sin solución de continuidad. En cuanto a ejercer sus deberes, todos son iguales, no hay ni uno que tenga la fortaleza que deriva de la convicción de estar haciendo lo correcto, en cumplimiento a su deber constitucional. De allí la tremenda desilusión que muestran las encuestas. Este precandidato en cuestión, dedicado a administrar una riquísima comuna, tiene la oportunidad de robar cámara fácilmente, penetrando la mente de nuestros conciudadanos con ideas simplistas y banales, tan peligrosas como las de aquel comunista que crea universidades de papel, después que su partido se birlara hasta las ventanas de otra. El acceso al poder no puede estar limitado a una casta incapaz de comprender la altísima responsabilidad que implica el ejercerlo.

Para empezar, los candidatos deben entender que la posición de poder y la fuerza derivada de los votos que lo llevaron a ella, no sirven de nada si ellos mismos no cuentan con la voluntad necesaria para utilizar ambos recursos y generar los cambios que prometieron. La grata sensación de ocupar un sillón poderoso y de ser tomados en cuenta por las cámaras, no impide ni interfiere con la obligación contraída con sus electores. Por el contrario, es dicha obligación la razón de su poder temporal. Con una inmensa molestia, vemos que cada vez que un buen alcalde ꟷde esos que “gobiernan” sin confundirse con e l “diálogo”ꟷ hace su tarea, las voces de censura sobran en los medios, generando un escenario patético, donde se ha llegado incluso a trasladar la responsabilidad de un subversivo autoquemado con su criminal bomba molotov, culpando por ello a supuestos perdigones, disparados por un carabinero. A esta distorsión severa de la realidad, de los derechos y deberes ciudadanos contribuyen frases tan desafortunadas como la que motiva a escribir estas líneas. Pero, más allá de la frase, preocupa sobremanera la debilidad conceptual de quienes las emiten. ¿Será que el cobarde asesinato de Jaime Guzmán, logró castrar la intelectualidad de algunos de sus más conspicuos seguidores? O, tal vez, ¿será que la clara doctrina que les enseñó ha sido desvirtuada por el progresismo populista? Hay diversas formas de ejercer el liderazgo, pero en todas ellas se encuentra implícita la responsabilidad del líder de guiar a quienes le han entregado su confianza y esperan su conducción. Muchas veces el líder no busca ser considerado como tal, pero cuando ello ocurre es inevitable que se haga cargo de sus seguidores. Ello implica ejercer la Autoridad, sin complejos y dentro del ámbito que el cargo le otorga. Si no lo hace, se transforma en un falso líder o peor aún, en un líder populista, vulgarmente calificado de “populachero”. Resulta barato caer en el populismo, pero el daño que éste causa a la ciudadanía es enorme e imperdonable. Hace muchos años nos engañaron con una “revolución en libertad”, seguida de una “revolución de las empanadas y el vino tinto”, de triste final. Nos levantamos del desastre en que nos dejó la aventura socialista y disfrutamos de largos años de paz que nos llevaron a un inédito nivel de desarrollo. De regreso al sistema democrático tradicional, la prudencia de los primeros años permitió consolidar una nueva forma de vida para nuestra sufrida población. Lamentablemente, los años de progreso se ven ahora amenazados por una conducción carente de la necesaria Autoridad y proclive al populismo, en todas sus líneas. Especial repudio merece esta desgraciada tendencia cuando ella proviene de un sector que se fortaleció al alero de aquellos que gobernaron sin otra ideología que la del Bien Común, creando las bases que nos llevaron a disfrutar de una condición de vida envidiada por el resto de Latinoamérica y que hoy vemos peligrar por su debilidad conceptual y falta de voluntad. El riesgo es enorme, al dejar que la nave derive hacia aguas turbulentas, pudiendo terminar encallada en las rompientes de una izquierda cada vez más corrupta.

Patricio Quilhot Palma/Agencias

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