Angustia constitucional

Angustia constitucional

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La derecha abrazó el acuerdo constitucional de noviembre. Incluía la posibilidad de votar que No a la idea de una nueva Constitución; se suponía que lo decisivo sería influir en la redacción de la nueva Carta. Si la alteración en el país disminuyó, quedó un fuerte remanente que lo erosiona, sobre todo en educación, con empleo de violencia apoyado por una parte de la población y alentado, por expresión u omisión, por un sector político. Los que miran, no sin razón, espantados o desconcertados la crujidera institucional han reaccionado disponiéndose a votar un resonante No, porque temen una crisis radical en el país. Buscar en la Carta una solución a los problemas nacionales es lo que se denominó “mentira vital”, una ficción movilizadora en la que se tiene fe en que todos los males se curarán con una nueva Constitución, que se agregará a la fútil lista de más de 250 constituciones latinoamericanas en dos siglos de vida republicana.

Por otro lado, un realismo mínimo comprueba que el país en su mayoría se enamoró de esa mentira vital donde, como en tantos actos de la vida, se dice una cosa para significar otra, y podría ser camino de pacificación (es tenue la esperanza). Una de las almas de la centroderecha, que también corresponde a nuevas generaciones, atisba el peligro de un alud electoral por el Sí que desprovea de fuerza su participación en lo que siga del proceso constitucional; igualmente, se sienten complicados por el pecado original de la Constitución de 1980, lo que refuerza su Sí. Como los sentimientos siempre son complejos, abrigan además el temor de que, al sumarse al proceso constitucional, contribuyan a la “página en blanco” y al desmantelamiento del país. ¿Hay una escapatoria a este dilema?

La hay. Ambos sentimientos al interior de la centroderecha y otros sectores angustiados por el dilema debieran converger en una propuesta de la idea de orden político —que incluya lo cotidiano— y presentar una apuesta de país, que a la derecha le cuesta verbalizar. Debe ser, asimismo, un rechazo a los modelos implícitos de la protesta radical, la democracia de movilización, hasta que todo esté agotado. Conocemos sus ejemplos. La apuesta propia del Sí y del No del sector, y de ese amplio país más o menos independiente que le sigue, y que a veces la abandona, debería contener algunas vigas maestras. A modo de ejemplo:

Que, a contracorriente de la patología de moda de borrar la historia, se recoja la fuerza de dos siglos de desarrollo constitucional y muchos elementos de continuidad del origen de la república, incluyendo aspectos positivos de la del 80; nada de ello fue un puro salto al vacío, y además, este cuerpo en cierta evolución reflejaba, aproximadamente, el de las grandes democracias modernas; que se refuerce la separación racional de los tres poderes; que el pluralismo de opiniones y persuasiones y la libertad de los medios se fortalezcan, en línea, por lo demás, con el Estatuto de Garantía de 1970; que los padres tengan derecho en lo referente a la educación de sus hijos; que la Carta transpire un equilibrio normativo entre derechos y deberes; que en lo social y económico, junto a los inevitables cambios, se contenga un freno institucional de autodisciplina económica y financiera, del que careció el Chile de la época de la Constitución del 25.

El texto en lo básico debe permanecer como uno de tipo político, pues eso es en lo que consiste una Constitución. La sociedad se forma y reforma en lo económico y social por medio de la acción de privados y de los poderes públicos, cada uno con su autonomía insustituible y acompañado del debate abierto. Será algo diferente a la milagrería que ahora se declama. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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