Alivio es la palabra

Alivio es la palabra

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El 4 de septiembre de 2022 una inmensa mayoría de chilenos nos retiramos a dormir con una sensación de alivio; no de triunfo porque a fin de cuentas era frustrante que las expectativas e ilusiones que había generado un proceso constitucional con amplia participación de sectores de la sociedad hasta entonces excluidos, quedara, producto de los maximalismos y la impericia política, reducido a la nada, a la frustración o al naufragio; pero ciertamente era un bálsamo que la violencia y las pretensiones refundacionales de cierta nueva izquierda identitaria, que buscaba arrasar con “los 30 años” y la tradición republicana del país, terminara derrotada.

La noche del 17 de diciembre pasado, otra vez una importante mayoría se fue a dormir aliviada, al igual que el año pasado; sin aires de triunfo ni celebraciones, porque finalmente se trataba de una victoria pírrica, un nuevo desengaño porque consolidaba la Constitución vigente y evidenciaba que el propósito proclamado de tener una norma fundamental nacida en democracia y firmada por el Presidente Boric no se cumpliría. Pero era un alivio saber que no habría hegemonía de una derecha ultraconservadora en las próximas presidenciales, que no estarían amenazadas las conquistas de las mujeres y los derechos de niñas, niños y adolescentes, que las contribuciones seguirían financiando una mínima equidad territorial, que finalmente las cosas no serían peor de lo que estaban.

Habiendo perdido “la madre de todas las batallas”, pero evitando una tercera derrota electoral, el Gobierno también se ha visto aliviado. La reforma emblemática, el cambio del pacto social empujado desde la revuelta en las calles en octubre de 2019, ya no podría seguir siendo el eje de su agenda. Debiera ser la hora del pragmatismo, sin embargo, La Moneda se debate entre asumir la realidad o insistir con propuestas testimoniales que fracasarán una y otra vez, como lo acaba de hacer la ministra Jara con sus “nuevas” ideas para la reforma del sistema previsional.

Para un “nuevo centro”, amarillos y demócratas, no hubo alivio. Las fuerzas que agruparon exitosamente para el plebiscito de 2022 se dispersaron esta vez quedando nuevamente pendiente la reconstrucción de una centroizquierda con proyecto propio; tarea difícil en un escenario de creciente polarización y reivindicación agresiva de domicilios políticos que se definen inalterables e irreconciliables.

Por cierto, las cosas no tenían por qué fatalmente terminar así. Existió la circunstancia del acuerdo, de la aprobación mayoritaria de un nuevo pacto constitucional. Esta oportunidad la entregaron los comisionados expertos afirmando principios claves de la tradición constitucional y democrática chilena y dejando los puntos más debatibles a la deliberación democrática del futuro, a la resolución electoral y a la conversación y transacción política. Una solución sabia, un texto que, sin embargo, como un arcoíris, mostró su volatilidad política ante los extremos ansiosos por dinamitarla.

Como sea, el triunfo del En contra en el plebiscito cerró el proceso constitucional iniciado tras el acuerdo del 15 de noviembre de 2019. Dos propuestas, una defendida por la izquierda en 2022 y otra defendida por la derecha en 2023, fracasaron rotundamente en las urnas dejando a la política chilena ante un chasco de proporciones inéditas.

El hecho es que la Constitución vigente, hecha en dictadura y reformada por un acuerdo plebiscitado en 1989 y por Ricardo Lagos y el Congreso Nacional en 2005, ha venido legitimándose por su ejercicio y está demostrando ser un marco tolerable para vivir en democracia y, ahora, suficientemente flexible para ir actualizándose o adecuándose a los cambios de la sociedad chilena.

Por eso, parecería conveniente, para que todo no sea tiempo y dinero perdido, ir poco a poco recogiendo los consensos expresados en los doce bordes del proceso constitucional, entre ellos y muy especialmente, el reconocimiento de los pueblos originarios y la reforma del sistema político. Poco a poco, paso a paso, porque hay que honrar el compromiso de que el proceso constitucional entendido como esfuerzo por parir un texto completamente nuevo, estará clausurado. (El Mercurio)

Ricardo Brodsky