Que la dupla Burgos-Valdés salió mal parada del famoso cónclave es un hecho. El realismo que ellos representan, en lo político y económico, no tuvo eco en las palabras de la Presidenta, que optó por no hacer renuncias a su programa de gobierno; el mismo que tiene sumido al país en un callejón sin salida; el mismo que tiene a Bachelet con un 70% de desaprobación en las encuestas, estableciendo un nuevo récord histórico desde que se tienen registros.
Frente a esto, los ministros en cuestión no se rindieron y salieron a golpear la mesa, insistiendo en la necesidad de priorizar, de hacer más gradual las reformas, algo que aparecía en abierta contradicción con lo planteado por su jefa. Fue una apuesta arriesgada, tanto que el dueño de la retroexcavadora, Jaime Quintana, les respondió que ellos están para cumplir instrucciones, no para hacer interpretaciones. Bachelet, sin embargo, recogió el guante y en los días siguientes mostró ciertos gestos de apoyo a la dupla. Nada importante, pero al menos no los dejó en el aire nuevamente. Algo es algo.
Es cierto, la cosa no se ve fácil para ellos. Fracasaron en imponer algo de sensatez en el cónclave, cuyo resultado fue justo el contrario al prometido: en vez de fijar una ruta clara, todo quedó más confuso que antes. Las idas y venidas de Bachelet en esto llegan a un nivel que ya no se aguanta. Pero así es la cosa y nada dice que ello cambiará. Es un dato de la causa con el cual tendrán que lidiar.
Frente a esto, no son pocos los que incluso dentro de la Nueva Mayoría piensan que hay poco que hacer. Que lo único posible es esperar que se acabe este gobierno. Es una actitud equivocada, por una razón muy sencilla: todavía falta mucho tiempo y todo puede ser peor. Si lo sucedido en el primer año y medio se ahonda en lo que queda, entonces el panorama es muy negro.
Dar la pelea es lo que corresponde ahora. En esto Burgos y Valdés tienen cosas a su favor. La primera es que el descrédito en que ha caído la Presidenta no los ha afectado a ellos. Valdés debutó en las encuestas con un 52% de apoyo, lo que habla de que su discurso es bien percibido por la mayoría. Algo parecido ocurre con Burgos. La segunda es que el sentido de realidad que ellos proponen es algo que tarde o temprano tendrá que convencer a la Presidenta. Tercero, una renuncia de ellos pondría patas para arriba al gobierno. En suma, tienen licencia para guapear.
Pero también es cierto que los tiempos se acortan. Las opciones de cambio van disminuyendo en forma radical. Por eso, Valdés tiene tres tareas claras para salir de esto: corregir la reforma tributaria, lograr una buena reforma laboral y presentar un presupuesto coherente para el próximo año. Burgos, por su parte, tendrá que hacerse cargo de desenredar el verdadero laberinto en que lo metió la Presidenta en materia constitucional.
Todo este proceso será engorroso y requerirá mucha personalidad de la dupla de ministros. Pero es necesario que aguanten, porque es claro que en ellos descansa la única salida a la situación en que se encuentra el país.