Qué lejos estuvimos de “bailar cueca con el acuerdo”. Hoy las voces varían desde encerrarse en un cónclave para alcanzar consenso, hasta otros que derechamente se encuentran abiertos a aplazar las elecciones para octubre –propuesta estratégica que solo busca poner épica a los 50 años del golpe, y así tener una elección con mejores resultados–. Todo esto no ha hecho otra cosa que extender una discusión que, a su vez, alarga el clima de incertidumbre. Pero OJO: el tiempo corre y con él solo aumenta el descrédito de la clase política.
Ni siquiera están todas las cartas sobre la mesa pues, lamentablemente, estos días se ha observado un discurso público y otro privado. Una especia de juego de caretas que explica lo difícil que ha sido llegar a un acuerdo. Y aunque los negociadores logren un pacto, este deberá contar con al menos 89 votos en la Cámara y 29 en el Senado. Este objetivo es particularmente complejo si se tiene en cuenta que el desaliento cunde en la ciudadanía y en movimientos sociales, con lo que aumentan los independientes y se atomizan las fuerzas políticas.
¿Cómo hará aquella derecha que hizo campaña por el rechazo y que comprometió una nueva Constitución para cumplir con su promesa si parte de sus bases se rehúsa a soltar la Carta Magna del 80? Además, esa derecha está acechada por el PDG y el Partido Republicano. Asimismo, la izquierda también está enredada, pues hay poco entusiasmo para abrir un proceso eleccionario en este contexto desfavorable y aceptar un órgano restringido democráticamente sin convencionales electos de modo directo. Este callejón sin salida ha sido resultado de una majamama de visiones incapaces de presentar una estrategia concreta, tanto por la izquierda como la derecha.
Sin duda hay que evitar a toda costa cometer los mismo errores del proceso anterior, pero aquello no es sinónimo de no ceder. Se debe encontrar alguna fórmula mixta que se aleje de los extremos del péndulo e incorpore a los casi 20 partidos que conforma nuestro sistema. Este, paradójicamente, es el principal desafío que tendrán los futuros convencionales. Pareciera ser que la oportunidad de alcanzar una nueva Constitución pasa por la instalación de un órgano mixto, por lo que el foco de la discusión debe estar en cómo diseñarlo de la manera más democrática y técnica posible. ¿Logrará nuestro Congreso encontrar ese equilibrio? (La Tercera)
Sebastián Izquierdo