Acceso exclusivo… a la exclusividad misma-Pablo Ortúzar

Acceso exclusivo… a la exclusividad misma-Pablo Ortúzar

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Vivo junto a mi señora en un departamento para estudiantes que arriendo a mi college en Oxford. Hace poco invitamos a comer a nuestros vecinos. Él estudia un doctorado y ella trabaja haciendo clases de latín y griego clásicos en un colegio privado local. Le preguntamos detalles sobre el colegio y todo sonaba de otro planeta. También, por supuesto, la colegiatura. Pero la diferencia con los colegios de élite chilenos no se explica sólo por el precio o porque se trate en su mayoría de internados. El corazón de esta diferencia se encuentra en la valoración de las humanidades. La admiración por Grecia y Roma, así como por la civilización cristiana y sus avatares, sigue viva en la educación privada inglesa, y una formación adecuada implica prepararse para acceder a esa herencia.

Por supuesto, destacar todo esto podría ser simplemente tontera o esnobismo. Mi sorpresa podría ser una expresión burda de admiración acrítica por otra cultura, tipo “Los Transplantados”, de Blest Gana. Sin embargo, evaluar esa posibilidad nos obliga a preguntarnos sobre el contenido de la formación supuestamente de élite existente en nuestro país. ¿Qué, aparte de redes sociales poderosas, ofrecen los colegios más exclusivos de Chile? ¿En qué marcan su diferencia?

Los resultados que las instituciones privadas chilenas obtienen en pruebas internacionales estandarizadas son bastante mediocres. Y no exhiben, en general, mayores diferencias de contenidos con el sistema público. Además, sus “principios” y “visión” suelen no ir más allá del plano declarativo. Así, pareciera ser que lo único exclusivo a lo que se accede al estudiar ahí es… la exclusividad misma. Eso explica que, a diferencia de los colegios de élite ingleses, la mayor parte de sus pares chilenos no tenga un sistema de becas para estudiantes destacados con menores recursos (como George Orwell, que estudió becado en Eton).

La educación privada en Chile parece operar, entonces, como los llamados “bienes de Veblen”. Mientras más cara, se presume mejor y más se demanda. Pero nadie logra explicar muy bien qué justifica asignarle esos valores. Y la única explicación racional que queda es pensar que su función es poner en contacto a los hijos de todas esas personas que lograron pagar tanto dinero. Y poco más.

¿Es que los distintos grupos de la clase alta chilena aspiran sólo a que sus hijos tengan su mismo nivel de ingresos y pasatiempos? ¿No los mueven ideales culturales? ¿Se agota su mundo en la segunda o tercera casa y los autos de lujo?

No quiero decir que tengamos que copiar lo que se hace en Inglaterra. De hecho, me imagino que un asunto central en la formación de la élite en un país como el nuestro debería ser la historia de América Latina, y la de nuestro país en ése, nuestro muchas veces olvidado, contexto. Lo que no entiendo es por qué los ricos en Chile parecen creer que no hay nada más importante o noble que transmitir a la generación siguiente que la riqueza misma. (DF)

Pablo Ortúzar

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