Abandonar el espíritu adolescente en la política

Abandonar el espíritu adolescente en la política

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La elección presidencial no está resuelta. En los días que restan para la definición, el país vivirá las tensiones propias de una competencia con solo dos opciones, pero algo ya cambió para bien, y se palpa hasta en el estado de ánimo de las personas. Ha mejorado el clima económico y tiende a reducirse la incertidumbre institucional, a lo que contribuyó la elección parlamentaria, cuyos resultados mostraron el verdadero mapa de las fuerzas políticas, que había distorsionado la elección de la Convención.

Se puede decir que el país ha empezado a recuperar el pulso normal, lo cual es una señal auspiciosa. Hay que procurar que no vuelva la angustia, que es mala consejera. En este mismo momento se van rompiendo ciertas burbujas que impedían que mucha gente se acercara a la realidad, por ejemplo, la burbuja en la que han vivido los representantes de la corriente fundamentalista de la Convención, que nos han estado amenazando con refundar Chile. No habrá tal refundación. Es mejor que sean realistas. Los cambios profundos se están produciendo ante nuestros ojos: por ejemplo, los provocados por el intenso deseo de paz y estabilidad, y por la exigencia de que el Estado proteja eficazmente a la población frente a la delincuencia y el extremismo.

Fue, sin duda, equivocada la percepción de que las convulsiones que empezó a experimentar nuestra sociedad el 18 de octubre de 2019 mostraban que la caldera de las injusticias había estallado, que el pueblo se había levantado contra una situación insoportable y que, como consecuencia de ello, se acercaba la revolución. Era el relato de justificación de la barbarie. Por cierto que había descontento por diversas causas, y era legítimo el reclamo por necesidades no atendidas, pero el país no estaba en crisis. ¡La verdad es que hubo quienes se propusieron llevarlo a la crisis! La raíz del 18 de octubre fue política antes que social, buscó provocar un cuadro de desestabilización e ingobernabilidad, y nada puede ser más político que eso. Se trató de hacer fracasar al gobierno de centroderecha y, en lo posible, derrocar a Sebastián Piñera. En suma, política de la peor.

Nada fue espontáneo en los saqueos y ataques incendiarios. Hubo, hay que volver a decirlo, un plan antidemocrático en el que convergieron fuerzas político/delictivas muy oscuras, que actuaron sin escrúpulos de ninguna especie para tratar de empujar a Chile al caos. En algún momento, tendremos que conocer los detalles de la intromisión extranjera en la revuelta, específicamente el papel jugado por los agentes venezolanos y cubanos que, todo parece indicar, vinieron a tomarse revancha del imprudente viaje de Piñera a la frontera de Venezuela y Colombia, en febrero de 2019.

En medio de la más dura prueba para la democracia en 30 años, los partidos opositores, sin excepción, buscaron pescar a río revuelto. La historia registrará su desvergonzada deslealtad hacia el régimen democrático, como quedó de manifiesto en los dos intentos por destituir al presidente de la República con malas artes, sin ninguna preocupación por la suerte de la institucionalidad. El 16 de noviembre, al escuchar a algunos senadores de la DC, el PS y el PPD en el momento en que intentaban “fundamentar” su voto a favor de la destitución de Piñera, quedaron más claras las causas de la degradación y la decadencia de sus partidos. Ese día, Yasna Provoste, que había presionado a sus colegas para que aprobaran el cuarto retiro de los fondos previsionales y había votado en contra de la renovación del Estado de Emergencia en la Araucanía, no tuvo miramientos para apoyar la destitución del mandatario. Quizás, todavía no termina de entender los resultados de la primera vuelta presidencial.

En estos dos años, nuestra democracia sobrevivió a la violencia y las veleidades politiqueras. Sobrevivió a la demagogia de la mayoría del Congreso, que estuvo dispuesta a saltarse las reglas. Sobrevivió también a toda clase de oportunismos y mezquindades. Visto todo eso, hay que reafirmar que nada es más importante que fortalecer los cimientos del régimen democrático, para que este resista cualquier prueba que pueda venir.

Nuestro país no necesita ser refundado. Tiene que cambiar muchas cosas, pero debe hacerlo con realismo, para que los remedios no resulten peores que la enfermedad. Y tiene que conservar lo mucho bueno que ha construido, por ejemplo, las políticas de responsabilidad fiscal gracias a las cuales tuvo ahorros suficientes para enfrentar la pandemia y los estragos económico-sociales de este período. Es hora de dejar atrás el espíritu adolescente que contaminó la política, y definir una línea de acción adulta para asegurar que Chile progrese en un clima de entendimiento y colaboración.

Hay retos muy complejos por delante, el más difícil de los cuales es el que surge del gran error de haber creado un segundo parlamento, convertido hoy en el mayor foco de incertidumbre. Se necesitará gran templanza de los líderes para garantizar un curso legal para cualquier cambio constitucional. Hay que asegurar la paz en todo el territorio, y ello implica que el Estado imponga el monopolio de la fuerza.

El país anhela orden para poder progresar, lo cual depende de la aplicación de las leyes que nos obligan y a la vez nos protegen a todos. Se requiere dejar atrás la incertidumbre surgida del desorden. Ello exige un claro compromiso de todas las fuerzas políticas con el Estado de Derecho, lealtad a toda costa con la democracia.

Para los tiempos que vienen, se necesitará un gobierno que sea capaz de construir una sólida base de apoyo, y que busque unir a los chilenos para enfrentar juntos el reto de mejorar las cosas. El punto de partida no puede ser otro que la protección de los derechos humanos y la defensa de las libertades. Es indispensable concretar la reforma de las pensiones, el seguro universal de salud, la eliminación de los campamentos, etc. Será vital el crecimiento de la economía. El país debe atraer nuevas inversiones, crear puestos de trabajo, hacer retroceder la inflación. No hay espacio para los experimentos dudosos.

Esperemos que la campaña de segunda vuelta no fomente la crispación. Ya hemos tenido bastante. Necesitamos que la competencia política se desenvuelva civilizadamente. Entre todos debemos cuidar la convivencia en libertad. (El Líbero)

Sergio Muñoz Riveros

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