A mayor incertidumbre, mayor responsabilidad

A mayor incertidumbre, mayor responsabilidad

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Afrontamos la campaña presidencial en el entendido de que quien asuma el poder estará en condiciones de aportar a resolver problemas que padecemos, no para agregar otros que todavía no tenemos.

Todos los candidatos tienen buenas intenciones, pero los procedimientos que emplean para llevarlas a la práctica varían mucho. En esta elección, sin embargo, hay dos alternativas básicas que se pueden implementar desde ambos lados del espectro: buscar la gobernabilidad construyendo mayorías transversales o jugándose por que un bando predomine y consiga suficiente respaldo como para implementar un programa a su gusto.

Los gobiernos de la Concertación fueron del primer tipo porque se tenía un proyecto de país muy perfilado, pero siempre se partió de la base de que se necesitaba el concurso de una derecha dialogante. La idea de excluir a la oposición de las decisiones nunca estuvo presente por impracticable y por inconveniente.

Las administraciones de centroizquierda tuvieron claro que sin acuerdos podían avanzar más rápido y también fracasarían rápido, por lo que se prefirió la regularidad y la constancia. Demorarnos en la búsqueda de consensos nos permitió avanzar más que muchos países del continente.

Al final del ciclo se abusó de esta búsqueda de entendimientos porque los conflictos también tienen que expresarse o se canalizan por fuera, incluso con desbordes, que fue lo que terminó pasando. La exageración no inhabilita el buen camino.

Si miramos la línea gruesa, candidaturas como las de Jeannette Jara y Evelyn Matthei persisten en esta senda, apoyadas por sectores que consiguieron reformas como la previsional y sacaron adelante una agenda de seguridad mediante la formación de una mayoría transversal.

Sus proyectos son representativos de sus sectores, pero están lejos de querer imponerse a todo evento. Sin embargo, esta no es la idea de todos y hay quienes quieren vencer antes que convencer, para lo que buscan obtener la mayoría parlamentaria que les evite el arduo camino del entendimiento amplio.

Voy a hacer lo que digo y lo que me callo

El intento activo por lograr el predominio es algo que hoy se aloja en la derecha porque los datos disponibles permiten pensar en la conquista de la Presidencia y el predominio en el Congreso.

En la izquierda no hay nada parecido, porque los partidos oficialistas ven cuesta arriba la presidencial y se aprontan a defender posiciones en la parlamentaria.

Lo demás es retórica, como la de Artés que anuncia la ingobernabilidad si gana Kast o Kaiser porque “la calle” se los va a impedir. Es más una profecía que un plan de acción. No es una amenaza, sino un comentario porque, al final, pocos pueden decir que han participado en 4.000 marchas sin haber dirigido ninguna. Por eso a la derecha sus palabras no le produjeron insomnio.

Nadie que busque acuerdos anuncia que hay temas que dejará en la oscuridad durante la campaña, porque lo que está diciendo es que actuará en continuidad con lo que ya ha hecho y su trayectoria en el poder es conocida por todos.

No tocar asuntos de interés nacional porque no están entre los considerados como parte de la “emergencia nacional” es una excusa. Se gobierna en todas las áreas y para todos los efectos.

Si la emergencia inhabilita tomar decisiones en algunas áreas, habría que decir en el programa que en esos aspectos no se va a innovar, pero si tampoco eso se hace, quiere decir que las medidas que se van a tomar son impopulares.

Lo que se busca es concentrar la atención ciudadana en cuatro o cinco temas con audiencia segura y exasperación garantizada.

Del silencio no se pueden esperar sorpresas agradables en política. Un proyecto excluyente, conocido a medias, que busque canalizar descontento con políticas públicas identitarias no tiene buen pronóstico. Inevitablemente despertará resistencias y si los canales institucionales se obstruyen para los consensos será para peor. Las mayorías mínimas y circunstanciales no entregan bases perdurables.

Es más fácil iniciar un rodado que detenerlo

La extensión de los conflictos sociales se intensifica por el intento de excluir de las decisiones a amplios sectores de la población.

Sebastián Piñera estaba seguro de gobernar según las exigencias de un modelo que, desde todos los puntos de referencia que se tenían, resultaba exitoso. Por eso se apresuraba a exhibirlo al mundo justo antes del estallido social.

La perspectiva de los que se movilizaron no entraba en la contabilidad de ninguno de los indicadores disponibles, de otro modo se hubieran tomado precauciones. Anticipándose al descontento, se habrían tomado medidas como las que se dieron a conocer en plena crisis cuando ya no parecieron servir para nada.

La derecha es un sector convencido de que ganará las próximas elecciones presidenciales, por lo mismo debiera estar muy interesada en no protagonizar un segundo descarrilamiento.

La peor señal que se está dando es que el estallido social sólo está teniendo un tratamiento publicitario en la campaña como denuncia de un intento de derrocamiento de un gobierno legítimo por parte de la izquierda.

Es una postura que se puede sostener, pero lo que más importa es explicarse por qué un gobierno de derecha pudo llegar a una debilidad tan manifiesta que resultara factible pensar en su caída. No es usual que los gobiernos caigan por la imposibilidad de mantener el orden público.

Dárselas de amnésicos nunca ha solucionado nada. De algo tiene que servir la experiencia vivida porque el que no cambia, repite.

Las grandes crisis democráticas coinciden con circunstancias en las que los dialogantes se dejan arrastrar por el frenesí en que entran los sectores más polarizados. Nunca nos hemos dejado de arrepentir de que ello ocurra e, incluso, se pueden ver después a ex pirómanos con traje de bombero. Hasta que el olvido reemplaza a la memoria y volvemos a las andadas.

No sabemos qué va a pasar en las próximas elecciones, de lo que sí tenemos certeza es que ningún resultado puede eximir a los demócratas de aquí y allá de defender las bases de la convivencia pacífica que nos constituye como comunidad nacional. Se podrá avanzar o retroceder posiciones, pero no hay que olvidar que “Chile tiene vocación de entendimiento” y que el hilo de la continuidad histórica del país está representado por los que ponen el poder al servicio de la sensatez. (El Líbero)

Víctor Maldonado