A diestra y siniestra

A diestra y siniestra

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Tenemos dos grandes desfases en el actual estadio de nuestro desarrollo: por un lado, entre las tendencias del mundo y la conciencia de nuestras élites y la opinión pública respecto de su impacto y consecuencias; por el otro, entre los problemas observados al interior de nuestra sociedad y las capacidades de acción y reacción frente a ellos.

Tendencias del mundo

Según un informe de la OCDE publicado la semana pasada —Going for Growth 2019– las megatendencias a nivel mundial que dan forma a los estándares de vida y del bienestar del próximo futuro son la globalización, la digitalización, el envejecimiento de las poblaciones y la degradación de las condiciones medioambientales. Las perspectivas, señala, no son alentadoras, sobre todo en ausencia de renovadas dinámicas de reforma.

Además, la economía global enfrenta vientos contrarios, con un debilitamiento del crecimiento debido a la alta incertidumbre del comercio internacional. Asimismo, las mejoras en los estándares de vida, medidos por el PIB per cápita, se han ralentizado desde la gran crisis financiera.

Todo lo anterior vale también para nuestro país. Somos particularmente sensibles a las megatendencias por la apertura de nuestra economía, su reducido tamaño e intensa exposición a los mercados externos. Internamente, la población está más en-red-ada que nunca antes; la información fluye en todas direcciones, los climas de opinión se mueven con rapidez, los sentimientos negativos llevan la delantera, los escándalos circulan ampliamente y con mucha velocidad, las instituciones crujen con las turbulencias de la navegación.

La población ha envejecido notablemente y sigue aumentando el número de personas de la tercera y cuarta edad; no sorprende que este fenómeno atraviese a la sociedad de arriba hasta abajo, poniendo presión sobre los sistemas de salud y seguridad social.

El deterioro de las condiciones medio ambientales ya no puede callarse; contaminación del aire, el mar, los ríos y los lagos; falta de agua, desertificación y sobre explotación de recursos naturales; numerosas especies de la flora y fauna en riesgo; saturación de espacios urbanos y erosión del entorno natural.

Agréguese a esto un número de incertidumbres en aumento, tensiones creadas por la desigual repartición de las cargas y los beneficios, una crispación del cuadro político, un difundido escepticismo, persistentes brotes de violencia, fallas de comunicación entre los órganos del Estado, un crecimiento a trote lento y un juego político de suma cero, con gobierno y oposición entrampados en querellas de escasa importancia.

Estas circunstancias generan una frustrante sensación de alienación de las élites y la opinión pública respecto de la magnitud de los problemas que enfrentamos. Sensación, por ende, de un grave desajuste entre la seriedad de los asuntos que confrontamos y la aparente despreocupación con que ellos son procesados por la clase dirigente; entre los retos y la incapacidad para ponerse a su altura…

Brechas de acción y reacción

Si se lee con atención el mencionado informe de la OCDE, se encuentran decenas de indicaciones de esos desajustes que terminan manifestándose como brechas de acción y reacción. Cito algunos, directamente extraídos de este reporte. La producción por trabajador está estancada en la mitad del promedio de la OCDE, con demasiados trabajadores empleados en actividades que generan poco valor añadido por hora de trabajo. Hay que reconocerlo; a esta altura tenemos un severo problema de productividad. El crecimiento potencial se halla comprometido.

Además, la brecha de desigualdad de ingresos en Chile es un 65% más amplia que en el promedio de la OCDE, con uno de los ratios más altos entre los ingresos promedio del 10% más rico de su población y la del 10% más pobre. Casi un tercio de los trabajadores chilenos tienen puestos de trabajo informales o temporales. La encuesta de competencias de adultos elaborada por la propia OECD muestra que uno de cada dos chilenos tiene un bajo nivel de competencias lectoras. Es urgente reconocer estas situaciones y actuar.

La lista de brechas no para ahí, sin embargo. Podría prolongarse por varias páginas con ejemplos adicionales tomados de nuestra experiencia cotidiana. Brechas entre necesidad de innovar y baja inversión en ciencia y tecnología; entre la capital, centro dominante, y la subordinación de las regiones; entre la urgencia de las decisiones requeridas y la lentitud de los procesos legislativos; entre demandas cada vez más variadas al Estado y la falta de agilidad y recursos de éste; entre destrezas faltantes en la fuerza de trabajo y mediocres resultados educacionales; entre elevada rentabilidad de empresas y continuas fallas de atención a consumidores y usuarios; entre precarias condiciones de los viejos y dificultades de la clase dirigente para abordar esta materia. Y así por delante.

La propia OECD concluye que Chile debería priorizar un conjunto de reformas si desea continuar su positiva trayectoria de las últimas tres décadas. Debe: mejorar la calidad y equidad del sistema educacional; fortalecer la competencia y alivianar procedimientos regulatorios; flexibilizar la legislación laboral e impulsar políticas activas en el mercado de trabajo; fortalecer el apoyo a las actividades de I+D y fomentar la participación laboral de las mujeres. Nada nuevo hay en cuanto a estas prioridades; bien las conocen el gobierno y la oposición, los empresarios y trabadores, los jóvenes y los viejos, a lo largo y ancho del espectro ideológico-político.

Por tanto, si existe esa sensación de estancamiento y cunde cierto pesimismo es porque sabiendo cuáles son las prioridades y existiendo un registro de las brechas que nos aquejan, sin embargo, nuestros grupos dirigentes —de uno y otro lado— no parecen dispuestos a actuar ni reaccionan en pos de objetivos comunes. Prefieren seguir en su lucha por ganar puntos de opinión pública en el cortísimo plazo —un día, una semana, un mes a lo más— antes que enfrentar cuestiones de fondo y construir acuerdos con vistas al mediano y largo plazo.

Este camino conduce a un callejón sin salida. Terminaría por paralizar al sistema político, al definitivo desprestigio de las élites y a buscar alternativas a diestra y siniestra.

J. Joaquín Brunner/El Líbero

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