¿Una mala reforma?-Alfredo Jocelyn-Holt

¿Una mala reforma?-Alfredo Jocelyn-Holt

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Ni que se hubieran puesto de acuerdo. Salvo algún incondicional, nadie ha respaldado la reforma educacional del gobierno. Ni rectores, ni partidos, ni digamos que dirigentes estudiantiles o bancada juvenil, éstos aún más en contra que la derecha. Se aceptó la nacionalización del cobre, la Constitución del 80, el que Pinochet continuara en la comandancia en jefe o fuera senador, pero esta propuesta destinada a dormir el sueño de los justos, no. Muy significativo.

¿Cómo se explica? Descartado lo obvio -que el gobierno es inepto y va en picada, ergo, todos se pueden tirar en su contra, gratis-, está el hecho de que más que la educación, la Constitución, y una serie de otros nudos ciegos y demandas válidas, lo que de verdad se cuestiona hoy en día es el consenso. Lo cual no deja de ser irónico. Porque por muy cansados que estén de transar por años con el “otro” (“The Golden Years of The Concertacionismo Aliancista”), de nuevo se han puesto de acuerdo, aunque esta vez, en no estar de acuerdo. Es más, la Nueva Mayoría, antes bien que resolver en serio el problema estructural que viene de muy atrás -el lío educacional propiamente tal- lo que pareciera estar tratando de hacer es desenredar la crisis coyuntural inducida por ella misma: la revuelta estudiantil que inicialmente les fuera útil, y que ahora intentan desactivar pero a medias.

Raro y ni tanto. Quizá la reforma educacional no es sino un pretexto político convertido, a la postre, en entuerto insoluble a sabiendas. En efecto, cada vez que el gobierno propone un curso de acción, en los hechos, sigue con lo de siempre. Ya en lo del “realismo sin renuncia” primó lo segundo. ¿Aún a costa de la popularidad? Por qué no, si lo que importa es el “proceso”, y el reformismo educacional no sería sino una mera táctica, no su objetivo ulterior. Nada que no sepamos de memoria, además, en este país. Tanto el reformismo DC luego mapucista de los años 60, como la “vía chilena al socialismo” de los 70, fueron más extremos que el puro paquete de “reformas” que al inicio ofrecieran.Decir reformismo en Chile suele entrañar ese algo más radical implícito, para de esa forma mantener la dinámica, la latencia corrosiva, y seguir con la causa agudizando las contradicciones. En definitiva, el no llegar a acuerdos da motivo y fuerza al “movimiento”, amén que se sigue con la cueca libertaria, minando el poder institucional, lo único que no debe parar. Como han sostenido ideólogos de esta línea, para transformar se “necesita poder y harto poder”, “por las buenas o por las malas”, hasta que “más temprano que tarde…”, “se va enredando, enredando,/ como en el muro la hiedra/ y va brotando, brotando/ como el musguito en la piedra,/ ay sí sí sí”. Conocemos la letra.

Lo enunciábamos la semana pasada. Basta con una militancia o agitación disciplinada partícipe mínima, en este Chile de 60% o más de apatía general, para conseguir las “nuevas mayorías” necesarias y llevar a cabo, no las reformas, sino lo que importa: mantener vivo el “momentum”.

 

La Tercera/El Mostrador

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