Imágenes de infamia

Imágenes de infamia

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Dos distintas personas me hacen llegar dos videos. En el primero de ellos puedo ver a una mujer que identifico como la jueza Irene Rodríguez, sentada en el mismo estrado en que he visto repetida su imagen innumerables veces durante las últimas dos semanas. Su vista sigue el movimiento de algo o alguien que se acerca desde su izquierda y que aparece finalmente en el cuadro: resulta ser el sicario Alberto Mejía Hernández, vestido con la misma ropa deportiva con que su imagen pobló los medios de comunicación durante el mismo período. En el video que estoy mirando, el hombre porta en sus manos un ramo de rosas que deposita con cuidado a un costado del estrado y se acerca a la jueza que lo mira anhelante, se inclina para besarla en una mejilla y luego, sosteniendo con delicadeza su cabeza, la besa apasionadamente en la boca. Ella no hace amago de resistirse, por lo contrario, al advertir la intención del hombre cierra sus ojos y se entrega, cómplice, al apasionado beso.

En el segundo video puedo ver a la jueza en el mismo lugar. Esta vez está hablando y su voz podría ser la misma que he escuchado en entrevistas o declaraciones a los medios de comunicación. Pero no está diciendo nada parecido a lo que pude haber escuchado de su boca antes: lo que oigo ahora es una retahíla feroz de groserías y la afirmación final de que el sicario puede irse porque “ya le pagó”. El video termina con una nueva grosería, quizás dirigida a quien lo esté mirando.

La persona que me envió el primero de estos videos agregó un mensaje en la parte inferior del post. El mensaje decía solamente “jajajajaja”. Puedo suponer que la elocuencia refleja su opinión sobre la imagen, que sin duda consideró graciosa, digna de una alegre carcajada. A mí me aterró.

¿Qué mente pervertida o qué tecnología malvada pueden crear imágenes verdaderas de situaciones inexistentes? ¿Qué mecanismo omnipotente permite a alguien jugar a ser Dios haciendo que las imágenes de personas reales se comporten como a él se le ocurra? ¿Quién puede tener esa monumental capacidad de apropiarse de la vida de quién quiera, haciendo que su imagen asuma las actitudes más humillantes o los comportamientos más innobles? ¿la capacidad de convertirlas en víctimas o victimarios a su antojo?

La respuesta es que quien produce esas abominaciones no es necesariamente una mente particularmente perversa ni una tecnología malvadamente concebida. Es o puede ser cualquiera con algo de imaginación (y mucha mala leche, claro), con un buen computador y acceso a alguna plataforma de Inteligencia Artificial. La verdadera maldad reside en convertir a tecnologías que pueden ser enormes instrumentos al servicio del bienestar humano, en armas que pueden destruir la honra, el buen nombre y la vida toda de cualquier persona.

El chisme, la maledicencia y la mentira han sido, por desgracia, armas de uso más o menos habitual en la política. En nuestro pasado lejano y reciente siempre han estado presentes, aunque siempre determinadas y limitadas por la pobreza de medios que nos caracterizaba hasta no hace mucho. Recordemos episodios de un pasado reciente. En 1995 circuló un video que mostraba a un diputado consumiendo drogas: el video en cuestión era de tan pobre factura que no soportó escrutinio alguno. En abril de 2004 una joven llamada Gemita Bueno declaró bajo juramento ante la justicia que había estado con un senador en fiestas organizadas por el empresario Claudio Spiniak, en las cuales se habían cometido delitos como prostitución infantil; pero en agosto del mismo año en una entrevista de prensa declaró que todo había sido una mentira.

A pesar de que las situaciones fueron aclaradas y las víctimas de esas acciones pudieron demostrar las maniobras de las que habían sido objeto, lo cierto fue que ellos y sus familias resultaron finalmente dañados: hasta hoy circula el video falso con el que se atentó en contra el diputado y el nombre del senador siempre es asociado o por lo menos evoca el episodio en el que se lo trató de involucrar. Y todo ello, ténganlo presente, fue realizado con la precariedad de medios de que se disponía entonces. Por lo mismo, ¿pueden imaginar lo devastador que resultarían acciones como esas con las capacidades que hoy brindan la Inteligencia Artificial y la capacidad de construir imágenes falsas? ¿Pueden imaginar acaso qué habría ocurrido si en lugar de un video casero se hubiesen divulgado imágenes aparentemente tan reales como aquellas que describí al comenzar estas líneas? ¿Si, en lugar de amparar sus mentiras sólo en sus palabras, Gemita Bueno se hubiese presentado ante un tribunal mostrando imágenes como esas?

Lo cierto es que hoy, cuando la mentira aparece avalada por una manipulación visual prácticamente imposible de distinguir de la verdad, el daño que producen esas imágenes puede llegar a ser irreversible. El “yo lo vi con mis propios ojos” o el “es verdad, yo lo vi” resultan ser, finalmente, los valedores más poderosos de la mentira y la infamia. A diferencia de un rumor verbal, una imagen creada se convierte en “prueba” de cualquier acusación, incluso de la más inverosímil. Y cuando la reputación de alguien queda manchada, no hay fallo judicial que la limpie. En redes sociales, el castigo es instantáneo y perpetuo. (El Líbero)

Álvaro Briones