Tsunami trumpista, el G20 y la marcha fúnebre de AMLO

Tsunami trumpista, el G20 y la marcha fúnebre de AMLO

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Simultáneamente a las festividades de muertos, los primeros días de noviembre, y justo cuando cumplía un mes de haber tomado el poder, la Presidenta mexicana Claudia Sheinbaum lanzó una promisoria y muy sugerente señal. Anunció que asistirá a la cumbre G-20 a celebrarse en Río de Janeiro los días 18 y 19 de noviembre. La positiva noticia terminó acoplada a la espectacular victoria de Trump.

Estos dos asuntos merecen ser vistos con cierto detenimiento por su enorme impacto en el legado de López Obrador. En términos generales, sugieren que su marcha fúnebre ha comenzado.

Como se sabe, una de las herencias más pesadas del saliente Mandatario, es el nefasto ensimismamiento que practicó. En AMLO hubo siempre una pulsión aislacionista, totalmente a contrapelo con las tradiciones del país y bastante peligrosa para las necesidades objetivas de México.

El “Peje”, como le decían, fue renuente a salir a navegar por aguas lejanas. Inventaba cualquier excusa para no aceptar las múltiples invitaciones a toma de mando presidencial en países amigos o de interés para México. Declinó casi todas las visitas de trabajo y de Estado. Rara vez asistió a una cumbre multilateral.

Politólogos interiorizados con el régimen obradorista fundamentaron siempre sus sucesivas negativas a viajar al extranjero con el argumento de un interés desenfrenado en el México profundo. AMLO gozaba -aseguran- dándose baños de masas, visitando una y otra vez su terruño en el estado de Tabasco o simplemente deambulando por el país. Esa fijación con lo doméstico se consideraba parte de la animalidad política que se le atribuía y que a él le gustaba tanto irradiar. Algunos creen que tenía razón. El mesianismo se reconoce siempre al interior de la tribu y nunca fuera de ella.

Los más críticos, en cambio, hicieron correr el rumor sobre motivaciones más prosaicas. AMLO le tendría pavor a los aviones. Una aerofobia similar a la del norcoreano, Kim Jong-un.

Lo central es que AMLO prefirió siempre que las reuniones con otros líderes mundiales fuesen en México, sin importar un viaje de reciprocidad. Las citas en el extranjero, por importante que pareciesen, las delegaba en su esposa o en miembros de su gabinete.

En el marco de esa escasez de viajes, se recuerda que en 2020 y 2021 se encontró con Donald Trump en EE.UU. Ambas visitas fueron explosivas. Transmitió extraños halagos que causaron escozor en la izquierda mexicana y en su propio partido. “Usted no nos ha tratado como colonia. Al contrario. Ha honrado nuestra condición de nación independiente. Por eso estoy aquí, para expresar al pueblo de EE.UU. que su Presidente se ha comportado con gentileza y respeto”, le dijo ante unos atónitos periodistas mexicanos. Dirigentes de la izquierda mexicana lo criticaron y le recordaron sus posturas previas. AMLO como candidato, había escrito un libro muy crítico, llamado “Oye Trump”.

Ese episodio debe estar retumbando en la memoria de Sheinbaum, con la impresionante victoria de Trump. EE.UU. es el primer socio comercial y los dos países comparten una complicada frontera de más de 3 mil cien kms. de extensión, por lo que un entendimiento bilateral básico es inevitable. Sheinbaum sabe lo poco recomendable que es pasar por alto una agenda histórica tan lastrada con temas difíciles. Migraciones, seguridad, tráfico de drogas y armas y muchos otros tópicos.

También deberá aprender de otro desplazamiento poco afortunado de AMLO, cuando tomó un avión en 2022 para ir a Cuba. Lo aprovechó haciendo breves escalas en Centroamérica. Sin embargo, esta vez, el arrollador apoyo a Trump de parte de la comunidad cubana en el exilio, que quizás se refleje en cargos diplomáticos de mucho peso, deberían motivarla a evitar dislates mayúsculos como sería una visita a Díaz-Canel.

Luego, la bitácora de AMLO registró otros cuatro cortos desplazamientos. Uno de esos a Chile. Este último es relevante, pues revela la motivación ideológica como trasfondo de su sexenio. Lo admitió él mismo. Fue un impulso casi tribal, como bien apunta su biógrafo, Mario Schettino. Ver con sus propios ojos el escritorio de Allende en La Moneda era su sueño estudiantil.

Teniendo todo esto en consideración, la decisión de ir al G-20 debe ser desglosada a lo menos en lo siguiente. Primero, que las inquietudes personales, o sea religiosas, ideológicas o sueños de juventud, quizás pierdan prioridad. Segundo, que posibles cuestiones pendientes de índole administrativa serán tratadas más adelante. Tercero, que da centralidad a un tipo de encuentro multilateral donde se discuten asuntos de real interés para su país, especialmente su economía. Cuarto, que viaja a juntarse con jefes de Estado de los países más ricos del mundo y de las economías emergentes, con millonarios, con presidentes de los principales bancos centrales y gerentes generales de grandes multinacionales; es decir, con todo cuanto el progresismo latinoamericano detesta y moteja con los peores epítetos.

Ese desplazamiento al G-20 tiene entonces características muy especiales. A la vez, podría tener una especie de gran cereza del postre. Aunque no está confirmado, medios de prensa mexicanos y estadounidenses especulan con la posibilidad que Sheinbaum remate su primer viaje al exterior con un traslado relámpago a EE.UU. Ocurre que fue galardonada recientemente con una medalla de la fundación Sustainability Trust, de la familia Nobel, que reconoce el compromiso con la sostenibilidad durante su jefatura de gobierno en la Ciudad de México. El premio lo otorga la Universidad de Berkeley, en California, el 21 de noviembre y constituye a todas luces un asunto emblemático para su sexenio.

Culmine o no su primer desplazamiento al exterior con esa extensión hacia California, la movida de Sheinbaum muestra dos direcciones nítidas, que se entrecruzan. Por un lado, retoma el sentido histórico de centralidad de las materias externas. Muestra su disposición a acabar con el nocivo ensimismamiento de AMLO. Y, por otro, señaliza la difuminación de la sombra de AMLO.

El maximato habrá concluido de manera efímera, una vez más. Así le dicen en México a esa práctica bastante común en América Latina de que un líder busque imponer a su sucesor y trate de seguir manejando los hilos del poder desde las sombras.

En conclusión, su cita con el G20 es un indicativo que capta los asuntos globales, que comprende las convulsiones de las guerras militares y las híbridas, que los agudos diferendos económicos mundiales involucran a México y que la nueva administración en Washington será muy demandante.

Junto a lo anterior, las exigencias ineludibles del nuevo mandato de Trump indican además que deberá echar a volar una imaginación propositiva, pragmática y, a la vez, creíble. (El Líbero)

Iván Witker