Un cierto rasgo de la mentalidad chilena tiende, de manera quizás inconsciente, a la exageración de las ideas, pensamientos, representaciones y actuaciones de grupos sociales que, con rara facilidad, asumen posiciones crecientemente extremas o “ultras” que, desde antiguo, han sido causa de imprudencias, irracionalidades, insensateces, devenidas en grandes lesiones al buen espíritu de la comunidad nacional.
En política, el fanatismo ha dado entre nosotros tonos muy altos en diferentes ciclos de nuestra historia pasada, reciente y presente. Aunque se haya pretendido atribuirnos la condición de ingleses de Hispanoamérica, los chilenos no parecemos ser ponderados, equitativos, razonables ni menos flemáticos. Ignoramos la raíz psicológica de esta inclinación; pero no puede ignorarse su existencia. Puede ser una forma de llamar la atención, a falta de otros méritos objetivos.
Al menos desde la mitad del siglo pasado, no se ha podido ser democratacristianos sin dar notas mayores ni más agudas que los alemanes o italianos de la misma época; no se ha podido ser socialista ni menos comunista sin o tratar de parecerlo más que en la Unión Soviética, Alemania Oriental, Cuba o la misma China; no se ha podido tampoco ser liberal o neoliberal sin serlo más aún que los padres del liberalismo contemporáneo en Inglaterra, Europa o Estados Unidos. Siempre en los extremos, importando ideas foráneas, aplicadas entre nosotros sin filtros y a rajatabla. Gústele a quien le guste; pésele a quien le pese.
Siempre, también, después de los malos resultados que la falta de razonabilidad inevitablemente imponen, han venido los arrepentimientos de la posembriaguez que, entre nosotros, suelen tenerse por tibiezas y aun por traiciones. En Chile, “darse vuelta la chaqueta” no es señal de corrección, sino manifestación de una actitud insoportable e imperdonable.
La razonabilidad —el actuar con razón— no tiene entre nosotros buena prensa, adhesión popular, reconocimiento, ni provoca el menor entusiasmo popular. Para movilizar y enardecer a la masa electoral es indispensable hacerlo desde algún extremo. Nos atraen y escogemos las ideas refundacionales y las políticas de “shock” del signo más opuesto al que se intenta reemplazar. Vivimos debatiéndonos entre las dos puntas del arco, hasta que la tensión corta la cuerda.
Nos ha pesado demasiado esta maldita inclinación psicológica social del “ultrismo”.
¿Será posible que por razones éticas, culturales y aun de conveniencia práctica, pudiésemos consensuar un modo de hacer política pública cuya ideología elemental sea la doctrina de lo razonable?…(El Mercurio Cartas)
Luis Valentín Ferrada V.



