Entre las curiosidades más bizarras -pero, a la vez, extraordinariamente asertivas- de la política latinoamericana se encuentra el concepto de tapado, nacido en la prolífica cultura mexicana. Alude a un mecanismo con enorme efectividad, discrecional, híbrido como todo lo latinoamericano, y característico de un sistema democrático que no es precisamente un cantón suizo.
Estas últimas semanas, el término se ha popularizado en nuestro país a propósito de la discusión acerca de quién estaría en condiciones de tomar la posta del fallecido expresidente S. Piñera. Sin embargo, la acepción original del concepto (la mexicana) sugiere un mecanismo ubicado en medio de la bruma y el misterio.
La noción hace referencia efectivamente a un proceso de selección de candidatos para la sucesión presidencial, pero que suele ser criticado, especialmente por quienes sueñan con procedimientos más transparentes. Varios autores mexicanos lo han estudiado de manera crítica, identificando algunas etapas formales, sine qua non para alcanzar el propósito. Evitar sobresaltos y sorpresas desagradables.
Es decir, no se trata de un dedazo atolondrado, como muchos creen. Fue el método que maduró en el México post-revolucionario para alcanzar estabilidad y predictibilidad internacional. Podría decirse entonces que, ayudado por una cierta dosis de opacidad, el mecanismo alcanzó una legitimidad nada desdeñable.
Tanto es así, que todos los partidos mexicanos (salvo el PAN) han adaptado el mecanismo a sus propios procesos de selección para todo tipo de cargos. Nadie podría negar su fuerte peso histórico y carga vital.
Se compone entonces de cuatro etapas fundamentales, consecutivas y difícilmente separables. Un “pre-destape”, “auscultación”, “destape” y, por último, “la cargada”.
El “pre-destape” es una carrera entre aspirantes a un cargo. Punto central aquí es la envergadura política de ellos. Se espera que todos estén medianamente acorde a la estatura de quien pretenden suceder. No cualquiera debiera participar en una fase tan crucial. Actúa como una especie de primer filtro. La experiencia mexicana indica que la discusión misma sobre la envergadura de los postulantes termina eliminando a los outsiders, aventureros y tránsfugas.
Famosa se hizo una observación del presidente López-Portillo, cuando dijo “la caballada está flaca”, al constatar que los aspirantes en esa oportunidad (años 70) no estaban a la altura esperada. Hubo que redoblar esfuerzos en la búsqueda de candidatos más idóneos.
Siguiendo la lógica que un “tapado” no es alguien oculto, listo para dar un zarpazo y que debe haber una “caballada” apropiada, se entra a una segunda etapa del proceso; la “auscultación”.
Este es probablemente el momento más sofisticado, pero más nebuloso, de todos. No sólo se pone a prueba el olfato, la destreza y frialdad del arbitrador del mecanismo (del presidente en ejercicio, en el caso mexicano). Es aquí donde se juega la continuidad de lo que se procura mantener.
La evidencia histórica apunta además a algo muy central y escasamente conocido. La designación no recae necesariamente en un delfín, ni se deja al azar o a los humores circunstanciales. Equivale a momentos de consultas profundas. El arbitrador suele conversar con todos aquellos personajes influyentes que, si sin estar directamente involucrados en la sucesión, tienen interés en la estabilidad del modelo. Son los stakeholders.
Estos le transmiten sus pareceres sobre cada uno de los aspirantes. A su vez, el arbitrador evalúa qué tanto entusiasmo o frialdad provoca cada uno de los aspirantes. Enrique Krauze, quien ha investigado a fondo este mecanismo, ha relatado que en esta etapa el arbitrador suele plantearle a los auscultados, cómo creen que reaccionarán los aspirantes ante escenarios hipotéticos. Esto sugiere que el mecanismo también toma fisonomía de ejercicio prospectivo.
Además, esta es una fase que demanda de los aspirantes cautela extrema. La experiencia mexicana ofrece al respecto una gran lección. Dado el nerviosismo que provoca el desconocimiento de los ritmos y alcances de la auscultación, y la neblina que lo rodea, se ha popularizado un gran adagio: “Quien se mueve mucho, no sale en la foto”. Fue acuñada por un longevo líder sindical del PRI, Fidel Velásquez, viejo zorro en estas materias.
El presidente Miguel de la Madrid, en los 80, incluyó un eslabón de cierta transparencia y refinamiento político. Obligó a los aspirantes a asistir a una especie de hearing ante las máximas autoridades del PRI.
Concluido todo esto, viene el gran momento del “destape”, caracterizado por un juego de argucias y sutilezas. El arbitrador toma la gran decisión y la transmite por medio de algún personaje simbólico (muchas veces fue el veterano sindicalista Velásquez). Rara vez se dan explicaciones. Y, si las hay, son vagas.
Una vez conocida la decisión, toma cuerpo una cuarta y última etapa, “la cargada”. Es el gran momento energizante de todo el proceso. Todos cierran filas con fuerzas, apoyados en lisonjas varias, en torno al designado. Es una etapa importante, porque ayuda a cicatrizar heridas, se regulan las pugnas y se aquietan las aguas de cara al futuro.
La cultura política mexicana ha impregnado tanto de este mecanismo, que éste perdura pese a la debacle del viejo PRI. El propio AMLO, en su partido Morena, lo ha reproducido con muy ligeras variantes. A los pre-candidatos (su “caballada” en lenguaje de López Portillo) les entregó la curiosa denominación de “corcholatas”, aparentemente un regionalismo de su pueblo en Tabasco para la palabra corcho. El “destape”, lo ejecutó a través de una encuesta interna, donde primó desde luego su voluntad personal. La “destapada” fue Claudia Sheinbaum, quien por ahora figura como gran favorita para los comicios previstos para el 2 de junio. Como dato curioso, AMLO eliminó a través de esta extraña innovación a quien fuera su canciller, amigo, confidente e influyente “corcholata”, Marcelo Ebrard. Tras la última elección presidencial, lo envió acá a Chile a fin de “auscultar” el ambiente por estos lados. Eso hizo que muchos lo vieran como seguro “destapado”. Nunca se sabrán las razones de su caída en desgracia.
En síntesis, no es sencillo hablar de “tapado” en cualquier circunstancia. La experiencia mexicana obliga a inspirarse en esos cuatro pasos esenciales como fórmula conocida de éxito. Indica, además, que los aspirantes no surgen de la nada. La experiencia de quienes inventaron este mecanismo sugiere que el “destapado” debe reunir un sinnúmero de cualidades, donde la lealtad personal es sólo uno de los elementos a considerar. Y en ningún caso, el más importante. Los asuntos de la polis son demasiado complejos y a veces la “caballada” es famélica. (El Líbero)
Iván Witker



