Chile merece más: unidad, coraje y esperanza-Iris Boeninger

Chile merece más: unidad, coraje y esperanza-Iris Boeninger

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La política chilena vive una crisis profunda. Fragmentación, desconfianza y ausencia de liderazgos claros configuran un escenario donde la representación se diluye y la gobernabilidad se vuelve un desafío estructural. La ciudadanía exige soluciones reales mientras la clase política parece encerrada en sus propias disputas.

Y sin embargo, Chile es un país extraordinario. Ha superado momentos complejos, y lo ha hecho gracias al esfuerzo de su gente, pero también -en el pasado- gracias a una clase política que supo estar a la altura. Los llamados “treinta años” fueron reconocidos en el mundo por sus avances económicos, sociales y democráticos. Se logró mucho. Y mucho de eso sigue siendo parte del presente.

Hoy, es urgente reencontrar esa capacidad de acuerdo. No desde la nostalgia, sino desde la convicción de que Chile tiene con qué salir adelante.

Los últimos cinco años han sido difíciles: el estallido social, el intento de destitución de un Presidente democrático como Sebastián Piñera, dos procesos constitucionales fallidos, un estancamiento económico persistente y un deterioro creciente de la convivencia.

Chile ha encendido su luz de alarma. Pero los chilenos son sabios. Tienen historia, memoria, y sobre todo, ganas de vivir mejor.

La política nacional atraviesa días vertiginosos. El mapa partidario se ha convertido en un campo minado de tensiones, sin liderazgos capaces de articular una visión común. La izquierda se fragmenta en múltiples identidades. El centro, amplio en ideas pero mínimo en militancia, no logra consolidarse. La derecha tradicional enfrenta problemas de comunicación y se muestra reticente frente a sus sectores más duros.

Y en los extremos, la política se vuelve espectáculo: se compite por clics y titulares, no por ideas ni futuro.

La confianza se ha erosionado. La fe en el presente y las expectativas hacia el futuro son bajas. Pero esto se puede cambiar.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han plantea que la angustia reduce el campo de posibilidades, mientras que la esperanza lo ensancha. Si nuestra vida política se basara en la esperanza y no en el miedo, encontraríamos caminos nuevos, más humanos, más justos.

Chile necesita liderazgo real. Gente que no solo tenga programas, sino también el coraje de hacerse cargo del estado de ánimo de una nación. Liderar implica empatía, sensatez, y a veces, la humildad de saber callar. Como escribe Guillermo Mimica: “Saber callar no es mentir. Es encontrar el momento oportuno para expresarse, medir el impacto de las palabras, y actuar con prudencia.”

No se puede liderar sin reconocer errores. Gabriel Boric estuvo cerca de hacerlo en el funeral de Sebastián Piñera, pero su mea culpa no llegó a la necesaria disculpa. Las declaraciones que relativizan la dictadura, o que idealizan regímenes como el cubano, no construyen; dividen. Y reabren heridas que aún duelen mucho.

En días tan inciertos, cambiar principios por votos es un error. La gente no quiere cálculo electoral: quiere soluciones.

Y quiere lo esencial. Seguridad, salud, educación, vivienda. Trabajo digno. Futuro. Esos son los mínimos no transables.

En un mundo marcado por guerras, crimen organizado y tensiones globales, proteger a Chile y su gente debe ser prioridad. No podemos seguir en disputas estériles mientras se deterioran las condiciones de vida.

Y el reloj corre. A días del cierre de inscripciones de primarias, la confusión reina.

En la derecha: José Antonio Kast no quiere primarias; Johannes Kaiser podría formar dupla con Rojo Edwards; Evelyn Matthei se enfrentaría a Luciano Cruz-Coke y Rodolfo Carter. Nada está resuelto.

Pese a tener mayoría, experiencia y equipos, la centroderecha no ha logrado ordenar su oferta. La desconexión entre lo que se necesita y lo que se ofrece es evidente. Ojalá logren centrarse en lo esencial: las urgencias ciudadanas.

En el centro político, la mayoría de los chilenos se identifica con posturas moderadas, pero no milita. Demócratas y Amarillos no logran aún constituirse como partidos nacionales. Tienen liderazgos relevantes, pero les falta relato y cohesión.

Lo que los unió ayer -el rechazo a la propuesta constitucional de 2022- hoy ya no basta. La épica es otra: reconstruir Chile con responsabilidad, sin extremos, con diálogo.

El oficialismo enfrenta una primaria entre Carolina Tohá, Paulina Vodanovic, Gonzalo Winter y Jeannette Jara. Alberto Undurraga busca competir, pero excluyendo al PC. Sin embargo, competirá con Jara, quien ha dicho que Cuba es una “democracia distinta”.

Los vetos cruzados proliferan. Tohá y Vodanovic dividen al socialismo democrático. Winter afirma que están listos para gobernar, pero la ciudadanía no ha visto señales claras de ese aprendizaje. Gobernar mal tiene consecuencias: inseguridad, estancamiento, deterioro fiscal y creciente desencanto.

Mientras tanto, la lista de independientes crece: casi trescientos nombres, en su mayoría desconocidos. Sin equipos. Sin programas. Sin viabilidad.

Este fenómeno refleja una paradoja institucional: hoy es más fácil inscribir una candidatura independiente que militar en un partido. A los primeros se les piden firmas, pero no rendición de cuentas. A los partidos, exigencias formales que desincentivan su fortalecimiento.

Siempre hay una oportunidad. Hoy, la ciudadanía no solo está disponible: necesita que alguien la tome en serio.

El problema no es cuántos candidatos habrá en la papeleta. Es cuántos de ellos podrían efectivamente gobernar. Una primera vuelta fragmentada puede derivar en una segunda con candidatos sin respaldo parlamentario ni coaliciones viables.

Un gobierno débil ya no es una amenaza: es un escenario probable.

Millones de chilenos miran con escepticismo. Esta elección puede tener un ganador. Pero si no se recompone un proyecto común, todos -incluso quien llegue a La Moneda- podrían terminar perdiendo.

Porque cuando todos compiten por el poder y nadie se compromete con el país, no gana nadie. Pierde Chile.

Y Chile no puede seguir perdiendo. Merece más.

Como dijo Simone Weil, “la política debe ser la expresión de la compasión, de la justicia, de la verdad”.

Esa es la política que debemos recuperar. Esa es la esperanza que no podemos perder. (El Líbero)

Iris Boeninger